Luis Cruz Azaceta was 18 years old when he arrived in New York City on a direct flight from Havana – it was November 19, 1960. He became an exile. He belongs to the first generation of Cuban Americans, those who arrived in the United States with a somewhat formed notion of the land of their birth, yet young enough to be shaped by the new culture, and eventually become part of it. As early as 1967 he was dealing with the subjects that reflected his own history, a history shaped by the betrayal and trauma of the Cuban Revolution and his identity as an exile. In 1969 after graduating from the School of Visual Arts, Cruz Azaceta went to Europe for the first time. He traveled a little over a month encountering the major works of the European tradition. In Madrid, his visits to the Prado Museum were seminal; he encountered the works of Bosch, Velázquez and most importantly Goya. It was Goya’s Black Paintings that most affected him: “When I saw what he was able to do with the elements of charcoal, paint and canvas, well it was extraordinary. And his content. You have to have content, a humanist content.” The Spaniard’s turbulent works made Cruz Azaceta question what he believed he wanted his paintings to be up to that point. He needed to find his own language, one grounded in who he was: a working class Cuban exile shaped by life in the urban northeast.
In his painting, drawing, printmaking and sculptures, he expresses empathy and solidarity with issues that exists beyond his Cuban American identity, yet are rooted in the marginality of this identity and the artist’s understanding of the historical context of his background: “My being an exile from Castro’s Cuba gave me sympathy with other exiles that I encountered from Latin America, specially the ones fleeing military regimes in Central and South America.”
In the 1970s Cruz Azaceta found parallels between his work and that of early 20th century German artists like Max Beckman, George Grosz and others. This was not an issue of influences; but more a confirmation of similar social concerns and a commitment to a non-conventional figuration.Cruz Azaceta shares with these artists both an expressionist angst and a sense of indignation at man’s inhumanity. Cruz Azaceta has produced a vast and varied body of work where topics range from the AIDS epidemic, racism and homelessness. In the late 1980s through the 1990s, exile and Cuba acquired a particular intensity in his paintings – perhaps a reflection of post-Mariel repression, the “Special Period” and the increase in balseros (rafters) fleeing the island in 1994. Since the Oklahoma City bombing and 9/11/2001, his work has been reflecting more directly both the impact of terrorism and the wars in the Middle East. Self-portraiture, which the artist had always transformed into a representation of every man, of humanity, became charged with a darker emotional depth.
Cruz Azaceta perceives the breakdown of human values through a specific disaster; the betrayal of the Cuban Revolution and the exile of its people – his art flows from here, from the particular to the universal, and it is here where his solidarious empathy is grounded. He is a social artist who does not provide a utopic exit, but rather a sober reckoning with devastation – only after this is long term struggle possible.
Exiled 50 (the title refers to the 50 years of the Castro regime as of January 2009), depicts the artist – small and nude, therefore vulnerable – holding a rope attached to an enormous island of Cuba. It is a simple and stark composition of pale whites and grays and six spots of bright colors. The island consists mostly of cotton balls – resembling a dreamy cloud. It is present yet not accessible. The artist holds on to the rope, yet is not pulling the island. He cannot let go of it, and cannot fully posses it. It is his curse and blessing. As the late Guillermo Cabrera Infante wrote, “To be born in Cuba is to be Cuban. To flee the tyranny that governs the island is to become a Cuban exile. We take Cuba with us everywhere. Cuba is our persistent memory. We have Cuba inside us like a piece of unheard music, like an insoluble vision that we know from memory. Cuba is the lost paradise that we flee as we try to return.”
The loss of Cuba and the tragic vocation of exile as a catalyst are the formation of a powerful artistic vision that unapologetically tells us that our human condition is that of aggressor and victim, a balsero fleeing in the night, a perpetual exile. The social expressionism of Luis Cruz Azaceta critiques a world of oppression and manifests solidarity with its victims.
-Alejandro Anreus, Ph.D.
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DICTADORES, TERRORISMO, GUERRA Y EXILIOS:
EL ARTE DE LUIS CRUZ AZACETA
Luis Cruz Azaceta tenía 18 años cuando llego a la ciudad de Nueva York en un vuelo directo desde La Habana. La fecha era el 19 de noviembre de 1960: el día en que se convirtió en exiliado. Pertenece a esa primera generación de cubanoamericanos que arribaron en Estados Unidos con una noción mas o menos formada de su tierra natal, pero lo suficiente jóvenes como para poder ser moldeados por la nueva cultura y eventualmente pasar a formar parte de ella. Tan temprano como el año 1967, ya estaba abordando temas que reflejaban su propia historia, una historia formada por la traición y trauma de la revolución cubana y su identidad como exiliado. En 1969, tras graduarse en School of Visual Arts, Cruz Azaceta visito Europa por primera vez. Viajo un poco mas de un mes, encontrándose con las grandes obras de la tradición europea. En Madrid, sus visitas al Museo del Prado fueron trascendentales; vio las obras de Bosch, Velázquez y, más importante aún, las de Goya. Fueron las Pinturas negras de Goya que mas le impresionaron: “Cuando vi lo que el era capaz de hacer con los elementos de carbón, pintura y lienzo, bueno, era extraordinario. Y su contenido. Hay que haber contenido, un contenido humanista”. Las turbulentas obras del pintor español hicieron que Cruz Azaceta se cuestionara a si mismo y lo que, hasta encontrar su propia voz, una voz fundamentada en lo que el era: un exiliado cubano de clase obrera formado por la vida en el entorno urbano del noreste de EE. UU.
En sus pinturas, dibujos, grabados y esculturas, Cruz Azaceta expresa empatía y solidaridad con temas que existen más allá de su identidad cubanoamericana, pero que están arraigadas en la marginalidad de esta identidad y la comprensión del artista del contexto histórico de su procedencia sociocultural: “El hecho de ser exiliado de la Cuba castrista me hizo simpatizar con otros exiliados que conocí de América Latina, especialmente los que huían de regímenes militares en América Central y del Sur”.
En la década de los 70, Cruz Azaceta encontró paralelos entre su obra y la de artista alemanes del principio del siglo XX, tales como Max Beckman, George Grosz y otros. No se trataba de influencias, sino mas bien de una confirmación de similares preocupaciones sociales y el compromiso con una figuración no convencional. Cruz Azaceta comparte con estos artistas tanto una angustia expresionista como un sentido de indignación por la inhumanidad del hombre. Cruz Azaceta ha producido una vasta y variada obra cuyos temas incluyen la epidemia de SIDA, el racismo y el desamparo. A fines de los 80 y durante los 90, el exilo y Cuba adquirieron una particular intensidad en sus pinturas – quizás un reflejo de la represión tras el Mariel, el “periodo especial” y el aumento en el numero de balseros que huyeron de la isla en 1994. Desde el atentado de Oklahoma City y el 11 de septiembre de 201, su obra refleja mas directamente el impacto del terrorismo y de las guerras en el Oriente Medio. El autorretrato, que el artista siempre había transformado en representación del hombre común, de la humanidad, se vio cargado con una profundidad emotiva más oscura.
Cruz Azaceta percibe la quiebra de los valores humanos a través de un desastre especifico – la traición de la revolución cubana y el exilio de su pueblo. Es de aquí que fluye su arte, desde lo particular hasta lo universal, y es aquí donde su empatía solidaria tiene su fundamento. Es un artista social que no brinda una salida utópica, sino una sobria evaluación de la devastación – solo después de esto es posible una lucha a largo plazo.
Exiled 50 (el titulo se refiere a los 50 años del régimen castrista a enero de 2009), muestra el artista – pequeño y desnudo y, por tanto, vulnerable- sujetando una soga atada a la enrome isla de Cuban. Es una composición sencilla y austera compuesta de blancos y grises pálidos y seis puntos de colores brillantes. La isla consiste mayormente de bolas de algodón- asemejándose a una nube de ensueño. Esta rodeada de una cerca de alambre que entrapa su geografía. Esta presente pero no es accesible. El artista sujeta la soga, pero no hala la isla. No puede soltarla y no puede poseerla completamente. Es su maldición y bendición a la vez. Como escribió el difunto Guillermo Cabrera Infante: “Ser cubano es ser nacido en Cuba. Huir de la tiranía que gobierna en la isla es convertirse en exiliado cubano. Ser cubano es ir con Cuba a todas partes. Ser cubano es llevar a Cuba dentro como una música inaudita, como una visión insólita que nos sabemos de memoria. Cuba es un paraíso del que huimos tratando de regresar”.
La perdida de Cuba y la trágica vocación del exilio como agente catalizador, son la formación de una poderosa visión artística que nos dice sin disculpas que la condición humana es la de agresor y víctima, un balsero huyendo de noche, un exilio perpetuo. El expresionismo social de Luis Cruz Azaceta critica a un mundo de opresión y manifiesta solidaridad con sus víctimas.
-Alejandro Anreus, Ph.D.
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